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Primera fila

Primera fila
Pilar Diago, Hamlet.02 en el Festival de Teatro Clásico Castillo de Peñíscola
5 de Agosto de 2025

¿Cómo va a hacer la función interesante una sola persona, hablando y hablando casi dos horas? Era la pregunta que parecía estar en la mente de los que, escépticos, miraban el escenario, casi desnudo, de no ser por un taburete, un micrófono y una pequeña mesita de noche.

Esta noche el viento no corre. Nada. Ni una pizca.

¿Cómo va a hacer la función interesante una sola persona, hablando y hablando casi dos horas? Era la pregunta que parecía estar en la mente de los que, escépticos, miraban el escenario, casi desnudo, de no ser por un taburete, un micrófono y una pequeña mesita de noche.

Abanicándose con el programa del festival que le han dado a la entrada, Manuela maldice mentalmente a su yo de hace pocas horas, cuando decidió coger las butacas en primera fila, sin saber de qué iba la obra. ¿Qué más daba? Ir al teatro era una simple excusa que usaba para escaparse unas horas del gentío que se apoderaba de Peñíscola. Al cerrar la tienda y, con la intención de retrasar todo lo posible el ir a casa, hacer la cena e ir a dormir, un día tras otro, ¿por qué no ir al teatro? Arrastrando a la primera amiga que se dejara, la acompañaban al teatro.

“Si hubiera sabido que era de comedia no hubiera cogido los asientos tan cerca del escenario”, le dice a su amiga. “Seguro que nos hacen hacer el paripé.”

“No, mujer, no, si está él solo, ¿cómo nos van a hacer nada?”, le contesta ella. “Además, seguro que incluso le falta tiempo al pobre chico, tanto rato hablando, ya me dirás.”

“Igual tienes razón”, le contesta Manuela, distraídamente.

El aleteo de los programas y abanicos se superpone al corrillo de voces que, como siempre, predomina por el patio de butacas.

“Se ve que es la segunda parte”, le dice la chica que tiene al lado al que parece ser su novio. “¿No ves que pone 02?”

“Pues vamos bien”, dice ella con cara de resignación. “Si no hemos visto la primera. No nos vamos a enterar de nada.”

“Lo que no entiendas me lo preguntas a mí, que nos pasamos un mes entero leyendo Hamlet en clase de literatura”, le contesta él. “De todo no me acuerdo, pero de la mayoría sí.”

Antes de que pueda contestar, la conocida voz les advierte una vez más. Recolocándose en los asientos y, a medida que las luces se atenúan, todas las miradas se clavan una vez más en el desnudo escenario.

Y entonces aparece él. La sombra de su silueta parece ser parte del decorado. Con la mirada fija, el micrófono firmemente asido por unas manos nerviosas y con los aires de grandeza y locura que caracterizan a su personaje, las dos horas pasaron como diez minutos. El incesante aleteo furioso de programas y abanicos es interrumpido únicamente por irreprimibles accesos de risa del público y, por supuesto, por el estallido de aplausos al terminar.

“No ha estado mal, ¿no?”, oye decir Marta a sus espaldas.

“Aplauden porque se ha acabado, por fin”, le contesta el marido a la mujer.

No oye lo que le contesta la mujer al marido, pero sí escucha el golpe que, con el programa, le asesta la mujer.

“Si es que eres un burro, no te puedo sacar de casa.”

Dejándolos atrás, Marta y su amiga cruzan las puertas del castillo.

“A mí me ha gustado mucho, ¿y a ti?”

“Ha estado muy bien, sí”, le contesta Marta, distraídamente. “Eso sí, menos mal que no nos ha dicho nada.”

“Menos mal.”

 

Laia Monsalve

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