La tragedia del hoy: Álvaro Tato dibuja el camino entre cuatro tragedias clásicas para llegar de la Antigua Grecia al hoy, o de Antígona, Edipo o Yocasta a cualquiera de nosotros. Con el pulso habitual de sus propuestas, reivindica que solo hace falta asomarse a los originales para entender que la solemnidad a la que nos hemos habituado, en realidad, nunca fue la esencia, que era otra cosa. Tebanas cuenta que ni las tragedias son tan serias, ni los clásicos tan antiguos.
¿Por qué, después de toda tu carrera, llegas a esta saga de mitos griegos?
Podría decirte que la tragedia griega siempre ha sido una pasión para mí, como para cualquier amante del teatro, por lo que tiene de “arte total”. Creo que en muchos montajes de las últimas décadas se ha entendido como un género solemne al que había que admirar o reverenciar, pero yo creo en todo lo contrario. Ya desde que estudiaba en la facultad o en la RESAD ha sido una suerte tener como profesores a latinistas y especialistas en griego y teatro que me han hablado de otra tragedia, que tiene mucho más que ver con la idea de arte total, con la fusión de poesía, música y danza. Por eso yo, durante 20 años de carrera, siempre había tenido la tentación de acercarme a este género. Sin embargo, parece que el camino nos llevaba por el lado contrario, porque tanto en Ron Lalá como en Ay Teatro somos cómicos, bufones, comediantes. ¡Y siento que eso ya baña mi visión de la realidad! Pero en Ay Teatro nos permitimos correr los riesgos más extremos posibles, y junto con Yayo Cáceres y Emilia Yagüe, decidimos que este era el momento de acercarse a la tragedia desde ahí. Es decir, sin abandonar nuestro lenguaje, que funciona en los teatros y que mezcla verso y música, que es activo, coral y con pocos elementos, porque se basa en la metonimia y la sinécdoque. Y, al mirar todas las posibilidades, creí menos interesante enfocar una sola tragedia que un ciclo entero, por el espíritu de romancero. Durante el confinamiento me había obsesionado con el mito de Edipo. Me parecía que había un gran contacto entre lo que nos está pasando, entre estar confinados por una maldición que no sabemos muy bien quién nos puso encima y esa sensación de pueblo maldito, que se contaba muy bien en el mito. Tenía un boceto, entonces, que hemos prolongado con Tebanas.
En Tebanas has concentrado cuatro grandes tragedias en apenas 80 minutos. ¿Cómo lo has conseguido?
La condensación era esencial para nosotros… Condensar todas las tramas, y, sobre todo, la poesía sin que perdiera integridad. Hasta que llegamos a la sala de ensayo no sabíamos si sería posible, o si realmente era necesaria la versión completa, como había hecho, por ejemplo, Manuel Canseco en su Ciclo Tebano, porque nuestra idea era la contraria: chupar profundamente las tramas, convertirlas en un esqueleto de sucesos que tuviera toda la potencia. Y, a medida que iba cortando y depurando, me daba cuenta de que era más sencillo de lo que parecía, más aún buscando el rito furioso y violento de nuestras obras. Ver la tragedia como una serie de pasiones desenfrenadas nos permitía contar las cosas muy deprisa, que no quiere decir apresuradamente, porque la tragedia de Tebas no trata sobre gente que sufre, sino sobre gente que no quiere sufrir… Trata de odios, amores, pasiones, incestos, búsquedas de la verdad, de la verdad política frente a la verdad del corazón. Todo eso se puede contar sin perder la integridad formal, entendiéndolo como, en palabras de un miembro del equipo, una cena de Navidad que sale particularmente mal.
Entonces, ¿cómo relacionas la tragedia con el público de hoy?
Tanto Yayo Cáceres en la dirección como yo en la dramaturgia, creemos en el teatro fiesta. Hay gente que dice que hemos renovado algo, pero yo pienso que nuestra originalidad viene de que hemos mirado hacia atrás y hemos intentado recordar a los espectadores las verdades del teatro: la celebración y el juego, la parte por el todo: (una rama es un árbol, un arma es la guerra, y un ser humano es el ser humano). Por otro lado, hemos utilizado el verso, la música de nuestro idioma hecha con verso blanco, que recuerda a la poesía elevada, pero de la que el espectador percibe el pulso, el corazón, el ritmo cardiaco. El tercer elemento básico, para nosotros, es la música. En Tebanas, como en todos nuestros espectáculos, todos los intérpretes cantan, tocan y bailan. Todo forma parte de la sensación de fiesta, de dejar la tecnología atrás y dejarse llevar por el cuerpo y lo que somos nosotros. Eso es lo que intentamos practicar en el escenario.
¿Cómo funciona el diálogo entre estos dos mundos y tiempos?
Hemos intentado construir el puente con la honestidad de la versión; creemos que, si eres honesto con las palabras originales de los textos, no es necesario hacer ninguna modernización. De hecho, creemos que, la mayoría de las veces, el peligro de versionar consiste en querer traer demasiado al presente algo que ya es presente por sí mismo, porque está caliente y vivo. Se suele creer que, por ser clásicos, deben ser traducidos con rimbombancia o solemnidad, haciendo retruécanos verbales o imponiendo un barroquismo lingüístico que no existe. Por ejemplo, Julieta dice: “The mask of night”, y se ha llegado a traducir como “El cendal del crepúsculo”. Con Esquilo y Sófocles pasa algo parecido, porque, cuando observas los versos griegos originales y los traduces con cariño, te das cuenta de que hay una simpleza… Su poesía es ruda, son pedradas, y al traducir esa sonoridad y esa pureza, encuentras la modernidad.
Y, dentro de todo este planteamiento, ¿qué papel tiene el coro?
El coro es la base estructural: Todo emana del coro, por eso la obra se llama Tebanas. A medida que van construyendo la trama, esos seis tebanos representan la ciudad, Occidente y la civilización, y de ellos emergen Creonte, Antígona, Ismene, Eteocles, Polinices y todos los personajes, para después volver. Además, hay otro personaje que va oscilando por toda la obra: la Esfinge, interpretada por Marta Estal, que va entrando y saliendo de la acción aportando esa parte de la magia, la maldición y el delito de sangre que subyace debajo del drama familiar.
¿Tiene esta elección alguna lectura política?
Sin duda y, de hecho, no hay ningún sitio mejor que el teatro para que se produzca la política. Lo dice el origen de la palabra, “la ciencia de la polis” está en escena porque estamos hablando de nosotros. Y toda la tragedia griega, sin prácticamente ninguna excepción, habla de lo colectivo. Creo que esa es otra de las grandes creencias erróneas que se suelen tener: una mirada burguesa que piensa que son historias de gente individual sufriendo. Pero toda la tragedia trata sobre el pueblo, sobre la ciudad, sobre el horror que significa el salto de lo mágico y lo mítico a lo real, o sobre el horror que significa el error de los gobernantes sobre la gente. Para nosotros, el teatro jamás es un púlpito ni un lugar desde el que dar mensajes, sino una plaza desde la que emitir preguntas. Y, efectivamente, el hecho de que todos sean tebanos, y alguien se ponga una corona para ser Edipo o una cinta para ser Yocasta, pero luego se la quite y vuelva a ser el coro, es una consideración política.
¿Te atreverías a decir alguna pregunta que haga este montaje a los espectadores?
Sí. Me gustaría pensar que trasladamos la gran pregunta de la tragedia clásica, que atraviesa la voz de Esquilo, Sófocles y Eurípides: ¿quién somos nosotros, y quiénes seguimos siendo? Si intentas trasladar estas tragedias con honestidad al hoy, haciendo una traducción del verso lo más limpia posible, con música en directo, con la pasión y la energía que se alejan de la solemnidad, se sigue formulando esa pregunta, que continúa operativa porque aún conmueve. De hecho, hay mucha gente que, al salir de ver Tebanas, se sorprende de lo mucho que se parece, cambiando los nombres, a la situación actual. ¡Claro! La tragedia sigue viva porque es capaz de mirarnos a los ojos.
¿Qué diferencia Tebanas del resto de vuestros espectáculos?
La mirada hacia el horror, hacia el abismo. Ya lo habíamos practicado alguna vez porque a veces nos gusta que el humor se vuelva oscuro, por ejemplo, en Malvivir, una adaptación de la literatura de pícaras del siglo de oro. Lo nuevo es que, en vez de buscar la risa poética, buscamos el llanto poético en un intento de no llorar, porque creemos que la clave de la tragedia, precisamente, es esa: no llorar. Es el ser humano desplegándose ante el horror para luchar contra él, contra el odio, contra el deseo en una batalla que ya se sabe perdida. O, como se suele decir sobre la tragedia, es una barca luchando contra unas olas demasiado grandes para ser vencidas, porque, seguramente, la condición humana consiste en esta lucha desesperada.
En este momento, ¿qué aprendizaje dirías que te deja Tebanas?
Aunque es algo prematuro hablar de esto porque acabamos de empezar (estaremos de gira todo el otoño e invierno, y después se podrá ver en el madrileño Teatro de la Abadía), de momento me quedo con la palabra “futuro”. Futuro por el equipo artístico, porque nos acompañan grandes artistas que son músicos, cantantes y actores ya consumados, siendo todavía veinteañeros, y futuro por las posibilidades que espero que abran las preguntas que compartimos con los espectadores. Creo que el mundo actual necesita la tragedia contemporánea, necesita formularse estas preguntas una y otra vez, y necesitamos seguir escuchando a los clásicos, porque nuestros problemas y conflictos no se difieren tanto de la Atenas de Pericles.
Xiana Arias Menor