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Calor, aplausos y escenas bajo las estrellas: Una noche de teatro.

Calor, aplausos y escenas bajo las estrellas: Una noche de teatro.
Pilar Diago
11 de Julio de 2024

La obra Damas malditas, ambientada en el período histórico en que fueron escritas las tres novelas de las que surgen los tres personajes principales, Madame Bovary, Anna Karénina y La Regenta, inauguró el pasado 9 de julio la vigésimo séptima edición del Festival de Teatro Clásico Castillo de Peñíscola.

Trío de damas en la inauguración del festival

La obra Damas malditas, ambientada en el período histórico en que fueron escritas las tres novelas de las que surgen los tres personajes principales, Madame Bovary, Anna Karénina y La Regenta, inauguró el pasado 9 de julio la vigésimo séptima edición del Festival de Teatro Clásico Castillo de Peñíscola.

La obra, escrita y dirigida por el dramaturgo Chema Cardeña, aborda la opresión, la manipulación y el abuso que sufrieron las protagonistas a manos de la sociedad patriarcal de sus respectivas épocas. La obra mantiene el equilibrio entre una puesta en escena austera, unos diálogos cargados de emoción y una iluminación y una música hábilmente manejadas, atreviéndose incluso con Girls Just wanna have fun a modo de tema principal.

A pesar de ser una velada marcada por el partido de fútbol disputado entre España y Francia, el público se mostró receptivo, cautivado de principio a fin por la magnética interpretación del reparto y la impecable dirección. El silencio, que reinó en todo momento, fue roto únicamente por el estallido de aplausos al finalizar la obra.

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Calor, aplausos y escenas bajo las estrellas: Una noche de teatro.

"Tú tranquilo, que si marca España se oirá por todo el casco antiguo", le dice a su marido la mujer que tengo detrás de mí en la cola.

“Seguramente arman mucho escándalo”, contesta él.

No son de aquí, aunque no hay mucha gente del pueblo, reconozco entre el gentío a una tía lejana y a su nieto, más arriba en la cola. La mujer habla con un deje maño y se queja de la cola, como si en Zaragoza no las hubiera. Han llegado al mismo tiempo que nosotras, sin aliento y con el vaso de papel con horchata empapado y roto.

La calle está desierta. Las tiendas de souvenirs, que en estas fechas suelen cerrar a las doce, están vacías, iluminándonos con sus halógenos. Hace un calor horroroso y la gente que está en la cola, en su mayoría gente mayor en pareja, se queja de la lentitud con la que avanza

"No debe faltar mucho", le dice una mujer con acento catalán a su amiga, mientras se vuelve a guardar el móvil en el bolso. Tiene el pelo rizado teñido de un color rojo estridente y cubierto por una especie de turbante blanco con lentejuelas. La amiga mueve los pies, incómoda.

La mujer maña a la que no le gustan las colas se saca el abanico del bolso y empieza a abanicarse, casi furiosamente, golpeándose en el pecho, como las mujeres de misa. Cada swish swish del abanico me da aire en la nuca. Se agradece.

De repente, me doy cuenta de que la cola va avanzando. Me pongo de puntillas y miro por encima del hombro de la mujer del turbante. Ya han abierto las puertas de metal y la gente entra como si fuera el primer día de rebajas.

Ya estamos subiendo las escaleras que llevan hasta arriba, donde están los taquilleros.

“Va avanzando, menos mal”, le dice la mujer maña a su marido. “Un rato más y se me caen los pies”.

“Ya va más rápido, sí”, le contesta él, tímidamente.

Nada más cruzar el arco de piedra que da acceso al patio de armas, un suspiro colectivo de alivio se escucha a kilómetros de distancia, pues las paredes de piedra nos aíslan del calor y de los gritos de los hinchas de fútbol de los bares cercanos, al menos de los que tienen televisión.

Después de unos minutos buscando torpemente mi asiento, doscientos uno, ¿palco, patio derecho o izquierdo?, lo encuentro y me siento. Hace fresco, que no frío, pero corre esa brisa de cuando estás cerca del mar. 

Detrás de mí oigo el mar, las olas rompiendo contra las rocas. Huele a salitre. Miro la costa, la luz de los hoteles parece extenderse hasta la línea que separa el mar del cielo, desdibujándose a medida que se aproxima.

Dentro del patio se oye un murmullo general mientras los asientos comienzan a llenarse. Vestidos de lino y camisas de todos los colores me rodean, buscando su asiento entre el mío. Oigo el clac, clac de las sandalias de yute al subir y bajar los escalones de piedra.

A mi lado se sienta un hombre mayor, y a su lado su mujer. Intercambiamos un “buenas noches” de cortesía y el hombre vuelve a su móvil. Veo por el rabillo del ojo cómo busca el partido en el móvil. Su mujer también lo ha visto.

“Ahora lo apagas, ¿eh?”, dice, seria. “No me hagas como el año pasado, que me pasé una vergüenza cuando te llamó Javier… Va, apágalo, que yo lo vea”.

Resignado, el hombre apaga el móvil y se lo guarda en el bolsillo delantero de la camisa.

La luz de los focos que iluminan el patio se va atenuando hasta quedarnos a oscuras. Poco a poco, se van encendiendo las luces del escenario, iluminando una especie de plataforma en el medio. A medida que se van encendiendo, va disminuyendo el murmullo. Por el lado derecho del escenario aparece un hombre, que se presenta como Javier Sahuquillo, el director del festival, y habla de la obra que vamos a ver. Se oyen murmullos entre el público.

“Yo ya la vi en Valencia”, le comenta una mujer a otra. “Cuando vino el mayor fuimos a verla. Está muy bien”.

Los cuchicheos se apagan al mismo tiempo que Girls just wanna have fun empieza a sonar. Las luces iluminan el centro del escenario, donde, sobre una plataforma giratoria están las tres actrices principales, inmóviles, esperando el momento justo para empezar la función.

Show time.

Casi una hora después cae el telón, metafórico, y el oscuro en el escenario viene acompañado de un estallido de aplausos por parte del público.

Al finalizar y, como un banco de peces, sincronizados, nos dirigimos todos hacia la salida.

“Pues a mí me ha gustado mucho, eso sí, lástima del viento, me estaba congelando”, le dice un hombre a su mujer.

“Ha estado de puta madre, ¿no?”, le dice una chica joven a su pareja mientras bajan las escaleras. “Me ha gustado sobre todo la música. ¿Y a ti?”

“Ahora, a coger el coche de línea hasta el hotel”, le dice a su marido la mujer maña a la que no le gustan las colas, mientras bajan por la cuesta del parque de artillería.

“Pues qué alegría”, le contesta él, tímidamente.

Laia Monsalve