“Son ya despojos del viento” es una de las frases que se pueden leer en el decorado, al sentarme en una de las pocas sillas que se encontraban sobre el escenario la pude percibir. A simple vista parecía no tener ningún sentido, más tarde descubriría que completaba uno de los textos de uno de los personajes de la obra El castillo de Lindabridis.
“Son ya despojos del viento” es una de las frases que se pueden leer en el decorado, al sentarme en una de las pocas sillas que se encontraban sobre el escenario la pude percibir. A simple vista parecía no tener ningún sentido, más tarde descubriría que completaba uno de los textos de uno de los personajes de la obra El castillo de Lindabridis.
Al apagarse las luces y dar comienzo la obra, los actores se miraron con complicidad, como deseándose suerte entre ellos para la gran noche. Tras esas miradas, empezaron a cantar al son de los instrumentos en directo. Muchos de los instrumentos parecían sacados de la misma época de la composición de la obra. Como si de juglares para entretener al público se tratase, los actores-músicos consiguieron que los espectadores no perdieran en ningún momento la atención sobre lo que estaban viendo, manteniéndoles en tensión durante las batallas y enfrentamientos.
El uso del decorado, que los propios artistas se encargaban de mover para situar a los asistentes, hizo que la obra fuese más inmersiva y cautivadora. De repente, nos podíamos encontrar en la cueva del Fauno, y con unos movimientos perfectamente coordinados por parte del elenco, podíamos transportarnos al castillo de la princesa Lindabridis, o estar presenciando las batallas de sus pretendientes.
Sin embargo, lo que hizo más mágica la representación fue que el transcurso del viaje del castillo ocurriese sobre uno real como es el castillo de Peñíscola. La mezcla del fondo rocoso con los versos del siglo XVII lograba que la atmósfera de la pieza teatral fuese más creíble.
A medida que transcurría la obra parecía cobrar más sentido la historia, siendo la propia Lindabridis quien explica por qué necesita encontrar un marido, o cómo con su castillo mágico se va transportando por ciudades como Babilonia. Los actores, en especial Claridiana, consiguieron alguna sonrisa y carcajada de los presentes. La música tenía mucha importancia, pero, aun así, estuvo muy presente el diálogo cómico que escribió el dramaturgo Calderón de la Barca. Asimismo, los actores interactuaron bastante con los espectadores presentes encima del escenario, haciéndoles guardar las riendas de sus caballos imaginarios o preguntándole uno de ellos a mi compañera de silla un “¿qué tal?” cuando se escondía agachado a su lado.
La representación teatral llegó a su fin con un buen desenlace para los personajes, encontrando todos el amor y siendo la princesa la que finalmente hereda el trono de Tartaria. Además, acabaron cantando la misma canción con la que empezaron la pieza. Muy agradecidos y saludando más de una vez al público, los actores salieron del escenario tras abrazarse entre ellos. Volvieron a compartir miradas cómplices, aunque esta vez de satisfacción, por cómo había transcurrido la noche, dejando atrás el lugar donde tanta magia habían logrado transmitir hacía apenas unos minutos.
Isabel Marqués Simó