Una antigua maldición china afirma: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Y en esas estamos: pandemias, inundaciones, guerras, movimientos de población masivos escapando de realidades atroces en sus países de origen… y en todo este cambalache, como diría el tango, ¿dónde queda el teatro? ¿Tiene sentido un festival de teatro clásico?
Leo durante el año a los clásicos, me gusta volver a ellos, y miro después el mundo, y releo a Valle-Inclán, a Esquilo, a Plauto, y miro el telediario, y releo a Shakespeare, a Chordelos de Laclos y a Sófocles, y ojeo un periódico, y releo a Molière, a Buchner, a Lope de Vega, y scrolleo un rato por twitter y postean algún vídeo de allá, otro de aquí, un poco de fango, bombas indiscriminadas en medio Oriente y vuelvo a Eurípides, a Schiller, a Calderón y después me miro en el espejo, nos miro en el espejo, y pongo a Tirso, a Goldoni, a Goethe frente al mismo espejo y pienso, no sin cierto aire de melancólica comprensión, ¿tan poco hemos cambiado?
Y suena el famoso tango: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2.000 también” y la voz de Julio Sosa invade el alma y nos plantea que el siglo XX, ya el XXI, es un siglo de maldad insolente. Tal vez esa maldad que nos parece novedosa no es más que la misma de siempre, que no cambiamos tanto, y que el mal pervive más en nosotros y aumenta en aquellas sociedades que desprecian el teatro, que lo marginan y que olvidan a sus clásicos. Porque sí los clásicos nos hacen mejores y sí el teatro nos obliga a enfrentarnos a nuestras peores versiones para mostrarnos el camino hacia el bien. Los héroes son hombres y mujeres mejores que nosotros a los que les suceden cosas peores que a nosotros y en esa caída de hombres y mujeres admirables es dónde debemos aprender a ofrecer al mundo la mejor versión de nosotros mismos.
Y, entonces, respiro y comprendo que el teatro clásico tiene más sentido que nunca; y que este festival tiene más importancia que nunca; y que debemos compartir las mejores historias posibles en nuestro escenario resguardado por el Papa Luna; y que a la luna de Peñíscola trataremos de aprehender de los clásicos y a descubrir con ellos que podemos mejorar y, por tanto, tenemos la obligación moral de hacerlo.
¡Salud y clásicos!
Javier Sahuquillo, director del festival.